Durante cinco largos meses Laurent Gbagbo (autoproclamado presidente de Costa de Marfil en las elecciones de noviembre de 2010) usurpó el poder al presidente electo, Alassane Ouattara (recluído durante todo ese tiempo junto a su gobierno en un hotel de Abidjan).
Tras una breve pero sangrienta guerra civil,
el 11 de abril de 2011 fue detenido y puesto a disposición de la justicia, cerrando el capítulo más negro de la aún corta historia del país.

domingo, 23 de enero de 2011

"Las doce menos cinco en Costa de Marfil"


Si bien la estrategia de Gbagbo ha sido hasta el presente dilatar el statu quo lo más posible para afianzarse en el poder, las iniciativas internacionales de desgaste (en buena medida concertadas con el presidente electo Ouattara) producen poco a poco sus frutos, aunque tampoco estén exentas de riesgos, y parecen conducir inevitablemente a un desenlace que se intuye no muy lejano.

La opción de una intervención militar, que llevarían a cabo los ejércitos de la CEDEAO apoyados logísticamente por Europa y los Estados Unidos, si bien está a la orden del día en todos los medios y declaraciones de uno y otro bando, se encuentra bien lejos de producirse, por las enormes dificultades políticas y materiales que entrañaría. La primera, una unanimidad africana que no existe en la actualidad. Algún país apoya discretamente a Gbagbo (Angola), otros mantienen una postura ambigua (Sudáfrica) y otros más directamente implicados (Ghana, Burkina Fasso, Nigeria) priman los riesgos nacionales respectivos en juego, que son muchos.

Agotada la vía diplomática ante la cerrazón de Gbagbo (que roza lo patológico) es la presión económica (cortando "el grifo" del dinero al estado marfileño) la única alternativa viable para derrocar al autócrata evitando los riesgos de una confrontación civil. Y en esa vía se sitúan las últimas sanciones de la UE, que prohíben desde hace unas fechas todo trato financiero y comercial con las empresas públicas marfileñas (petróleo, cacao, puertos, etc.) y varios bancos, lo que compromete seriamente su funcionamiento toda vez que les priva de fondos; así como una reciente reunión de la UEMOA (Unión Económica de Africa Occidental) que ha provocado la caída del director del BCEAO (su banco central), único sostén que le quedaba a Gbagbo en esta institución, de la cual consiguió detraer fondos en diciembre destinados al pago de salarios junto con los provinientes del saqueo de las arcas de las empresas públicas.

Sobre estas estrategias como fondo, el día a día del país, sin embargo, sigue girando en torno a la escalada de tensión del gobierno Gbagbo, con su contínuo hostigamiento a las fuerzas de la ONU, así como con los incesantes incidentes y el goteo de muertes producidas en acciones policiales y militares que menudean en poblaciones del interior o en barrios de Abidjan. El recuento oficial de la ONU habla de 260 muertos y 68 desaparecidos hasta la fecha, cifra de mínimos constatada, por más que todos sepamos muy inferior y distinta a la real, en el contexto de confusión reinante.

En lo diplomático, rotas ya las hostilidades hace tiempo, prosiguen los reconocimientos por los países occidentales de los embajadores nombrados por Ouattara, con el subsiguiente "pataleo" del gobierno Gbagbo que, a modo de réplica, "retira acreditaciones" a sendos embajadores en Costa de Marfil, por más que nadie reconozca su gesto al carecer de toda validez legal. Tras los de Canadá y Reino Unido, este fin de semana ha ocurrido con el embajador de Francia.

El reloj avanza y el tiempo, al contrario de lo que sucedía hasta ahora, empieza a contar en contra de Gbagbo. Acorralada la presa, ya sólo queda por ver si ésta emprenderá en algún momento la huída (poco probable) o saltará contra el cazador. La pregunta es cúando y cómo lo hará y con qué consecuencias...