Durante cinco largos meses Laurent Gbagbo (autoproclamado presidente de Costa de Marfil en las elecciones de noviembre de 2010) usurpó el poder al presidente electo, Alassane Ouattara (recluído durante todo ese tiempo junto a su gobierno en un hotel de Abidjan).
Tras una breve pero sangrienta guerra civil,
el 11 de abril de 2011 fue detenido y puesto a disposición de la justicia, cerrando el capítulo más negro de la aún corta historia del país.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Orwell resucitado

Anoche vi en la televisión nacional marfileña un documental (francés) sobre los desmanes de la Francia post-colonial en sus antiguos dominios, en los años posteriores a las declaraciones de independencia. Tema añejo, pues, y muy poco pertinente. Maniqueo, parcial, bastante aburrido.

Ahora bien, el contexto en el que se emitió, el de una programación monotemática y obsesiva destinada a lavar el cerebro del espectador, empapándolo de un sentimiento de "conspiración franco-occidental" contra el pueblo de Costa de Marfil, y fomentando abiertamente la franco-fobia (en primera instancia, pero por extensión la fobia al blanco occidental) so pretexto de las "gravísimas injerencias" que en este momento la comunidad internacional inflige a la soberanía marfileña, manifiesta una deliberada intención de promover un clima de nacionalismo y xenofobia que distraiga al ciudadano de la realidad más flagrante y focalice su atención en "lo extranjero" como fuente de todos sus males, pasados y presentes:

- "Extranjero" es el presidente electo, que no acredita el pedigrí suficiente de "marfileñidad" (ivoirité);
- "Extranjeros" son los intereses espurios de los países occidentales que le apoyan (con Francia a la cabeza);
- Aliados de los intereses "extranjeros" son los países hermanos africanos que también le apoyan.

En definitiva, una diabólica, torticera y muy peligrosa estrategia de manipulación que, en caso de conflicto, podría causar estragos.

Una anécdota en primera persona ilustra sus posibles efectos. Hoy me ha parado, cuando circulaba en mi coche con un amigo español, una patrulla de policía, de forma atípica y un tanto aparatosa. Tras pedirme papeles el agente pretendía sancionarme por una presunta infracción absolutamente inexistente. Para salir del paso hemos fingido no saber hablar francés, y en cuanto le hemos hecho saber nuestra nacionalidad nos ha sonreído y nos ha dejado marchar tranquilamente.

Iban, sencillamente, "a la caza del francés..."